Cuando consiguen arrebatarle el poder a Cronos, sus hijos deciden que cada uno se quede con una parte de sus dominios. Zeus prefiere el cielo, Poseidón las aguas y a Hades le corresponde el mundo de los infiernos.
Es un dios tenebroso, siempre aislado en su ámbito profundo y sin mostrar interés por nada relacionado con el mundo exterior. Su equivalente en la mitología romana es Plutón.
Los cíclopes le regalan un casco milagroso para que se enfrente a los titanes, y cuando se lo pone se convierte en invisible. Por este motivo, Hades, que representa a la muerte, no es visible cuando llega. Pero todos saben que si consiguen verle y se acompaña de unas llaves, significa que hay que partir hacia su reino del más allá de inmediato.
Hades está siempre solo, su morada y su persona destilan algo fúnebre. Por este motivo no hay diosa a la que pueda convencer para que comparta su espacio, aunque las intenta seducir con su fortuna. Cansado de ir de fracaso en fracaso, se dispone a secuestrar a Perséfone y convertirla en su compañera en el inframundo.
Este peculiar dios se hace acompañar en algunas ocasiones por las tres Erinias: Alecto, Tisifone y Megera. Como no puede ser de otro modo en el mundo de las tinieblas, su apariencia es realmente pavorosa. Visten una capa oscura manchada de gotas sanguinolentas, llevan látigos cuyos extremos son aguijones de escorpión y su cabello está repleto de serpientes.
Este peculiar dios se hace acompañar en algunas ocasiones por las tres Erinias: Alecto, Tisifone y Megera. Como no puede ser de otro modo en el mundo de las tinieblas, su apariencia es realmente pavorosa. Visten una capa oscura manchada de gotas sanguinolentas, llevan látigos cuyos extremos son aguijones de escorpión y su cabello está repleto de serpientes.
Los humanos las temen tanto, que si se desplazan al mundo de los vivos y se cruzan con ellas, las llaman “las benévolas”, ya que existe la creencia de que cuando a los poderes sombríos se les nombra de manera positiva, su deseo de hacer el mal disminuye o desaparece.
Pero aunque Hades tenga esas extrañas y terribles compañías, también tiene una parte sensible y bondadosa. Su permanente soledad, a pesar de tener junto a él a Perséfone, le convierte en un dios afligido que simplemente está resignado con su destino. Se cuenta que cuando Orfeo baja al reino de los muertos en busca de su mujer Eurídice, a la que ha perdido a causa de la mordedura de una serpiente venenosa, y toca su lira frente al dios subterráneo rogándole que le devuelva a su esposa, Hades se siente tan emocionado que le da una oportunidad para que Eurídice pueda volver al mundo de la luz.
Sin embargo, a pesar de ese lado compasivo, este dios provoca tanto rechazo que no tiene dedicado ningún templo, ya que todos se niegan a venerarle. Únicamente le ofrendan la muerte de animales negros, preferentemente toros.
En el mundo vegetal, el narciso y el ciprés son sus elegidos. Y el dos es el número de Hades, considerado en la antigüedad por ello, una cifra maldita.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
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